Casi a cada quince minutos, me despertaba para constatar que la alarma que había programado seguía sin activarse. Hoy, 9 de noviembre de 2024, tuve que levantarme a las 2:30 am, porque la salida en bus estaba pautada para las 3:00 am.
En el templo de la Iglesia Bautista El Dorado, Panamá, nos concentramos 124 voluntarios, entre ellos, 25 personas de varios países de América Latina y Estados Unidos, relacionados con la Red Como Nacido entre Nosotros. Vinimos para aprender y ver cómo acompañar la movilización de las iglesias por el bienestar integral de los migrantes.
Bajo el liderazgo de Gustavo Gumbs, experimentado misionero, y con la asistencia de su equipo logístico, procedimos a montar en los buses las donaciones (agua, ropa, calzados, artículos de higiene personal, medicina y otros enseres). Cada bus cuesta cerca de $500 USD. Los insumos, por supuesto, también tienen su costo, pese a que una parte de ellos han sido donados. Hay organizaciones que apoyan, gracias a Dios, pero “la mies es mucha” y los recursos muy pocos.
Este será el último viaje del año que realizará la Fundación de Asistencia al Migrante al Darién, organización que lidera el viaje. La preparación fue ardua. Esperamos encontrar entre 700-1300 migrantes que, luego de atravesar la aterradora selva, venidos de casi cualquier parte del mundo, entre sueños y pesadillas, se dirige hacia el Norte.
Sentado en el bus, me emociona pensar que muchos de los peregrinos que veré, la mayoría, vienen de mi país. Me impresiona la cantidad de jóvenes cristianos que se enrola en este tipo de actividades; esta generación luce más interesada por estas personas y sus circunstancias. Me entristece que esto viene realizándose desde hace ocho años, pero pocos lo saben, oran y aportan para ello, incluso en Panamá. El foco de nuestras comunidades parece estar puesto en otros temas.
Una vez que llegamos a la Estación de Recepción Migratoria Lajas Blancas, bajamos las donaciones y nos ubicamos en el lugar asignado por las autoridades, en una cancha techada. Se desplegaron las comisiones de sonido y programa, donaciones para caballeros, donaciones para damas, artículos para niños, entrega de calzados, atención espiritual, artículos de higiene personal, asistencia médica, alimentos e hidratación.
Noté que las personas buscaban, en especial, calzados y ropa ligera. Y era totalmente comprensible: sus pies estaban cansados o ulcerados luego de atravesar la selva; peregrinos al fin, sabían que el camino se transita mejor escasos de peso.
En esos lugares, pocas veces ocurre lo que se espera, por lo que se requiere de un gran espíritu de adaptación, gestión del caos, comunicación asertiva y mucho tacto para el trato firme y respetuoso. Tienes que evitar sembrar falsas expectativas en la gente. Debes evitar condicionar cualquier ayuda a cuestiones religiosas. Con todo, tal es la necesidad, que las personas suelen abrirse a conversar, cantar, jugar y orar. La gente busca, particularmente, contar sus historias. Nada mejor que oírles con atención y respeto solidarios.
Cuando estuvimos ahí, ya habían salido cerca de 800 personas. Quedaban cerca de 700. Desarrollamos nuestra rutina, luego de superar algunos desafíos técnicos y logísticos. Tuve el privilegio de entonar fragmentos de canciones venezolanas y un himno cristiano. ¡La gente, conmovida, se animó a cantar conmigo!
Esta parte la escribo en el bus, ya de regreso. Luego de cuatro horas de ida y cuatro de venida, estamos exhaustos. Más que solo por el viaje y el trabajo de campo, porque pegan en el alma ciertas realidades de la gente. Mirar a los ojos exige más que solo ver e interpretar noticias.
Hoy amaneció más temprano, y no solo para mí, amaneció más temprano para los miles y miles de peregrinos que van de un lugar a otro por el continente. Luego de este día, regreso con varias impresiones en el alma…
Por razones diversas y complejas, la movilidad humana no para, y no lo hará mientras persistan en nuestros países las causas estructurales que empujan a nuestra gente a optar por irse. Hablamos de algo más que solo cifras, en el fondo y en su mayoría, se trata de seres humanos con historias, carencias y esperanzas.
Migrar, además de ser un derecho humano, es un instinto de preservación, y en muchos casos, incluso, una obligación. Me refiero al caso de la mayoría, y no a esas excepciones de quienes van con otros fines y ameritan los tratos correspondientes.
Las dinámicas del continente encienden inquietantes sirenas de alarmas en torno al trato a los migrantes. Aunado al drama de tener que salir del país, se suman las políticas gubernamentales represivas, el manoseo informativo y la falta de sensibilidad por parte de la sociedad en general, incluyendo a muchas de nuestras iglesias, tristemente.
Mi oración es que, más temprano que tarde, amanezca otro tiempo para nuestros pueblos, y, en consecuencia, la gente no solo cuente con mejores garantías para salir, sino con el derecho de quedarse. Entre tanto, ruego al Señor que pronto amanezca un avivamiento de compasión y movilización de nuestras iglesias, entre otros actores, en favor de “estos pequeños” (Mt 25:40) que recorren nuestros caminos en busca de mejores condiciones de vida para ellos y para los suyos. ¡Que amanezca pronto, Señor! ¡Danos “el lucero de la mañana”!
(Ap 2:28).
Por: Richard Serrano
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